martes, 16 de marzo de 2010

El Museo Vaqueiro, en Naraval (Tineo), recoge parte de la historia de un grupo social asturiano trashumante marginado durante siglos


De entre cuantos intentaron definirlos, dicen que Jovellanos es quien más se acerca y mejor refleja la identidad de los vaqueiros de alzada. «Vaqueiros llaman aquí a los moradores de ciertos pueblos fundados sobre montañas bajas y marítimas de este Principado (...) y llámanse vaqueiros porque viven comúnmente de la cría del ganado vacuno, y de alzada porque no tiene asiento fijo sino que alzan su morada y residencia y emigran anualmente con sus familias y ganados a montañas altas (...)» (Jovellanos S. XVIII). Hoy, desde el Ayuntamiento de Tineo, se afirma que cuando se habla de vaqueiros de alzada se alude siempre «a un determinado grupo social que ha venido diferenciándose, al menos de tres siglos a esta parte, en concejos concretos del occidente de Asturias, especialmente Tineo y Valdés, y cuyo género de vida choca con los aldeanos sedentarios del país, los xaldos, o de la zona costera, llamados marnuetos».

Para ser vaqueiro había que haber nacido en la braña y trashumar. En invierno habitaban en las zonas bajas o costeras, y a principios de mayo alzaban su morada y marchaban con enseres, animales y familia para las brañas altas. En cuanto a su hábitat y rutas, el Museo Vaqueiro abierto en Naraval (Tineo), destaca que su hábitat se sitúa en pequeñas aldeas de montaña, «en laderas de montañas bajas entre 400 y 600 metros de altitud para las brañas, y de 1.000 metros para las alzadas, donde los terrenos de labor son muy pobres mientras que los pastos son muy ricos. La mayor parte del territorio del pueblo vaqueiro está comprendido entre los ríos Nalón y Navia y entre los montes de León y en la zona de Laciana, también en León. En cuanto a las rutas de trashumancia de largo recorrido, partían unas desde las brañas de Salas, Pravia, Belmonte y Tineo hacia Somiedo y Laciana, y otras desde las proximidades de Oviedo, Gijón y Avilés hacia Torrestío (León). Las de corto recorrido, como las de Tineo y Valdés, transcurrían entre sus brañas y las altas sierras de los mismos ayuntamientos (Las Tabiernas, Bustellán y Los Corros), y algunas hacia Pola de Allande (Coucetxín).

A partir del segundo tercio del siglo XX los vaqueiros comienzan a abandonar la trashumancia familiar haciéndose sedentarios al fijar su residencia, bien en la braña, bien en la alzada, no siendo hasta los años cincuenta cuando realmente se rompe su aislamiento con la construcción de pistas forestales, algo que contribuye a dar por finalizada una incomunicación secular.

Los vaqueiros de alzada fueron marginados tanto por la nobleza y la burguesía como por el pueblo llano (xaldos, marnuetos y villanos). También fueron marginados por la Iglesia católica hasta el punto de que, en algunas parroquias, se dividía la iglesia en dos partes por medio de una baranda o portón de madera. En la parte más próxima al altar se congregaban los parroquianos de las aldeas, y en la parte inferior, los vaqueiros. Tampoco accedían por la misma puerta e incluso había inscripciones en las losas o en el suelo que hacían más evidente dicha separación. Y, sin embargo, según Acevedo, eran los «vaqueiros un pueblo muy creyente y fiel a sus creencias, los cuales se inscribían en las cofradías de la parroquia y contribuían siempre a la Iglesia con limosnas».

Toda esta información y mucho más puede conocerse en ese museo, una de cuyas partes se encuentra en el barrio de la Barzanietxa, en Naval. Curiosamente, allí, a la entrada, junto al llar, se encuentra la versión más rural y antigua de lo que hoy se puede conocer por una lavadora. Se llama coladoiro, un gran tronco hueco de madera colocado sobre la piedra de colar. Éste se llenaba de ropa sucia y por encima se cubría con un tamiz de tela de saco sobre la cual se colocaba un buen montón de ceniza. Se hervía agua en el llar y se vertía por encima de la ceniza, en la parte superior. El agua que atravesaba la ropa empapándola era recogida en la piedra de colar y la sobrante se almacenaba en el pisón. Luego se recogía el agua excedente del pisón y se recalentaba para volver a verterla de nuevo sobre la ropa. Así se continuaba el proceso hasta que el agua salía por el fondo a la misma temperatura que entraba por la cabeza del coladoiro. Esto era señal de que la ropa estaba limpia. Se extraía entonces ésta y se la llevaban al río a mojarla finalmente, para luego, o bien colgarla a secar, o bien ponerla sobre la hierba en días de sol intenso en caso de tratarse de ropa blanca.

No hay comentarios: